Y ya viviendo en un paraíso tan esplendido con el ángel de luz que amo, otros ángeles, negros, se acercan impetuosos. Danzan tratando de seducirme, cantan intentando conquistarme. Y yo, quisiera ignorarlos, pero su esfuerzo me blanda. Mi sensibilidad me aconseja que atienda su gesto tan amable de esmero coqueteo.
Y uno me sorprende con una rosa y dos diamantes verdes en los ojos. Otro con experiencia en el habla y bellos rizos que lo coronan, otro con manos ágiles que se desplazan por las teclas de un ajetreado teclado. Un par de éstos, con alas exquisitamente amplias, se atreven con osadía a bailarme entre versos, confesando lo más puro que de ellos emerge... Y al fondo, un pequeño ángel gris, me sonríe. Su inocente deseo me atrae, y camino hacia él entre nubes firmes. Le extiendo la mano y sus alas negras se descubren a cada paso. Yo, desconcertada, me alejo. Vuelvo a lado de mi bello ángel amado.
Un teatro, una obra, una danza; escenografía inigualable presencio a lado de mi ángel blanco. Y estos sombreados ángeles me rodean y me alagan con su coreografía y pretensión. Y en su canto insinúan intenciones. Quiero huir, a veces. Deseo no herirlos más... pero su actuación es tan confortable. Y abrazo a mi amado blanco. Sus alas me cubren de tanto teatro y me regresan a la realidad de fantasía. Esa realidad tan perfecta en la que ya vivo. Y mi ser se basta de este aire tan puro. La melodía que tanto disfruto suena en el acorruco de esas alas. Y sin apartarme de ellas, tomamos un camino lejos de tanto ángel acicalado.
Meylen Hirasú G. M.
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