La boca callada; sus manos siempre predicaban
por ella. Sus ojos perdidos en un solo entonado por prosas y versos. Su época
era absurda. Su tiempo, ¡bendito! Dios concedía que escapara de tan infructuosa
moda en eso que a ella le parecía un oficio correcto, prudente y escaso. Su
nombre, Fancy.
- ¿Qué escribes ahora, Cautiva de sueños?
-Para ti es nada, para mí son vitaminas mis
versos
- ¡Déjate de rimas y anda a ayudar a la
cocina!
Resignada, ella bajó; su tinta y hoja en el
escritorio abandonaba.
-Buen día, Fancy. Lava esos trastes. Ponte
los guantes para no dañar tus manos parlantes.
Su mente lejos estaba de lo que su cuerpo
ahora actuaba. Sus manos en espuma escribían los versos que su ingenio pensaba.
Era siempre alegre cuando no le impedían plasmar en desnudos lienzos sus repentinos
versos.
-Ya están todos limpios. Si más no requieren
de este mi tiempo, voy a mi esquina a seguir escribiendo.
Y así era siempre. Abría los ojos y luego de
charlar hacia el cielo escribía, escribía y bajaba a lavar los platos, cazuelas
y vasos. Sabía el minuto en que abajo, con jabonadura, ya sus manos deberían
estar fregando, pero ese día su inspiración con el frío, fluía más y el tiempo
no tuvo espacio en su memoria.
La boca cerrada, su mano danzante a lo ancho
del espacio vacío. ¿Qué escribía? Era un secreto entre su alma, su fe y su
ingenio. Era cautiva de dos mundos, en uno la ataba su libertad y en otro su
necesidad.
- ¡Hora de almorzar! Pero mujer, no bebiste
tu té
-Es cierto. Déjalo, por favor. En tres
estrofas más me lo bebo
- ¡Pero ya está frío!
- No importa. El té esperó a que me decidiera
a sorberlo. No es la misma su euforia recién enamorado que la de ahora, después
de haber atendido a las letras, ya se ha enfriado
- ¡Ay, mujer! Tú y tus argumentos tan
complicados. En fin. Te dejo tu almuerzo en la mesita. No se te olvide,
muchacha.
Fancy se quedó estática por unos segundos
después de que la puerta se cerrara.
Joven aún. Entregada a su fe y a las letras.
Su vida había avanzado en, como el mundo se lo había dicho, líneas de fantasía
y sueños de guajiros. ¿En qué momento se le había ocurrido que podía vivir de
lo que tanto ama? Era una ilusión egoísta. Muchos lo repitieron tantas veces
cuando fascinada iba a cátedras de literatura. Y aún así, a sus treintaicinco
años, Fancy se sentía agradecida por la dicha de vivir sus días en un local que
servía como cocina. Ahí comía, se aseaba, escribía cuanto quería, interactuaba
con el mundo y, todavía, le regalaban una mesada por el apoyo de lavar los utensilios
usados.
-Se llevó mi inspiración. ¡Qué imprudencia! -,
exclamó en susurro para sí, después de pensar cómo continuaría las tres
estrofas.
Releyó su oda pero no regresó su intención.
-Bien. Descansemos un momento-. Resignada se
levantó del suelo. Se sentó a la mesita y bebió su té.
- ¡Moría de sed! -, se confesó al tiempo que
levantó la tapa del plato. Eran ejotes con huevo y pollo asado.
Degustó de su plato sin desviar la atención
de aquella hoja a sus pies.
Para el resto, era absurdo vivir tan
entregada a una pasión. Las mujeres que la hospedaron en su local desde hacía
tres años, la creían demente.
-Pobre muchacha, no tuvimos corazón de dejarla
en la calle. No es mala. Tuvimos miedo al principio, pero es tan indefensa.
Solo escribe y reza. ¡Adivinar qué haya sufrido! -, explicaba doña Rocío a sus
comensales y familiares.
Fue doña Rocío la que convenció a sus
hermanas de ver por la muchacha que se encontró afuera de la catedral y que le
pedía limosna para comprar una tostada, pues tenía dos días sin comer.
-Estás loca, tú. Vaya estar enferma de algún
virus y ni sabemos. Además, qué es esa libreta que trae. Vaya a ser alguna
chismosa que busque meternos en líos
- ¡Por Dios, Angélica! ¿En qué líos podría
meternos? Ni que fuéramos contrabandistas o narcotraficantes. Hablas como si
hicieras cosas que no debes
-A lo mejor la manda la güera para sacar nuestras recetas. No es normal, Rocío. Está
raro
-Angélica, ¡por favor! A la muchacha me la
encontré en el centro. No fue en la esquina. Hay que actuar por misericordia.
Fue el último diálogo que tuvieron Rocío y
Angélica acerca de Fancy.
Al terminar su almuerzo, Fancy bajó a la
cocina. Se dispuso a lavar más vasos, platos y cubiertos que ya habían sido
útiles a los comensales.
Su cabeza seguía foránea en su acto. Buscaba
palabras, ya encontradas ahora les examinaba sinónimos.
- ¡No! Suena muy antiguado-, pensaba.
Los años pasaron. Fancy había envejecido. Sus
piernas inútiles se habían hecho. Delgada y jocosa, seguía sirviendo. Sus
letras construyeron libros. Su vida, admiración. Y así vive Fancy, esperando a
ser descubierta para adquirir valor en el mundo. Mujer tan señera, tan olvidada.
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